Perspectivas Regionales
Premio Ibermuseos de Educación: ¿Qué pueden hacer los museos por la ciudadanía cultural?
I. Lugar de enunciación
Durante algún tiempo tuve el privilegio de trabajar en la Casa das Histórias Paula Rego, en Cascais, un museo que es una “casa de la imaginación”, donde pinturas y dibujos aluden a las historias que nos contaron nuestras madres y abuelas. En este lugar de fantasía nos sentimos parte de una comunidad que comparte el patrimonio inmaterial como “terreno común”. Allí pude experimentar con los distintos lenguajes y las expresiones que median en la relación entre lo conocido y lo asombroso, diseñando un programa centrado en las obras y en los visitantes, que ponía de relieve la razón de ser del museo: un lugar de encuentro y transformación.
Años más tarde, y desde 2019, he tenido la alegría de crear y participar en el Plan Nacional de las Artes, una estructura de misión intergubernamental, Cultura y Educación, implementada en todo el territorio de Portugal durante un período de diez años (2019-2029), para afirmar el papel transformador de las artes, las culturas y el patrimonio en la vida de las personas y movilizar el poder educativo de las artes a lo largo de la vida.
Las dos experiencias que relato han sido vividas en los territorios, con las instituciones y las personas que las edificaron. Juntas, moldean una visión propia y un propósito colectivo que me conmueve y me sitúa en el centro; mi lugar de enunciación: la mediación. Desde esta perspectiva escribo sobre el papel de los museos, fundamentándolo con tres nociones que parten del concepto de ciudadanía cultural y sirven de marco:
- Todas las personas, sin excepción, vivimos habitadas de culturas; somos y creamos culturas.
- Las culturas y las artes median en nuestra relación con el mundo, son un fin en sí mismas, y son también vehículos de educación que ayudan a desarrollar capacidades tan importantes como el pensamiento crítico y autónomo y la sensibilidad estética.
- La participación cultural es el ejercicio de un derecho fundamental que fortalece la democracia.
II. Tres propuestas de partida
a) Si las manifestaciones culturales son la mediación necesaria para el reconocimiento personal de cada quien, y de la comunidad que somos, entonces no somos portadores de cultura, sino que la compartimos. Esta perspectiva de igualdad de partida es la noción que sustenta el paradigma de la democracia cultural: que todas las personas somos portadoras y creadoras culturales; utilizamos nuestra imaginación y expresiones para pensar, actuar y comunicarnos, y con ellas construimos vínculos, nos descubrimos en las demás personas.
A través de las artes y las culturas damos sentido a lo que sentimos. Lo hacemos en un ciclo continuo de rituales, narrativas simbólicas y poéticas que son formas individuales y colectivas de conectar con lo desconocido y con la vida.
Por todo ello, urge valorar las culturas que existen en cada lugar para poder identificar las expresiones culturales que faltan y acercarlas a otras, con el deseo de permanente valorización y responsabilización de cada uno por la cultura de todos (cf. Carta de Porto Santo).¹
b) Si las artes y el patrimonio nos sitúan ante el tiempo presente y el de nuestros antepasados, para que podamos resignificar el conocimiento, valorando lo que sabemos hoy a la luz de lo que hemos heredado (considerando la pluralidad de voces como matriz), entonces la tradición, los saberes ancestrales y el patrimonio son una memoria viva que no puede encerrarse en una vitrina, porque de ella palpita un continuum de vida. ¡Una aventura!
Las artes y el patrimonio son una segunda piel que nos conecta con el mundo. Sobre esta piel crecerán otras capas, y conocerlas es una tarea infinita.
c) Si la democracia cultural presupone ser protagonista, poner en práctica este modelo significa ser consciente de las condiciones necesarias para la participación cultural, en varios niveles, desde el formato de participación “pasiva” –el consumo– hasta el nivel más exigente y comprometido, el de la codecisión.
¿Son capaces los museos de acometer este cambio de paradigma: pasar de “hacer por” a “hacer con”?
La democracia cultural presupone el reparto del poder, la igualdad, la justicia social, la pluralidad y el disenso. En ella, el sujeto de la acción se emancipa, confiando en la inteligencia de la comunidad para poder decidir, es decir, para compartir el poder.
III. De la Democratización cultural a la Democracia cultural
Porque las palabras importan
Con el fin de promover el acceso a los bienes culturales y patrimoniales al mayor número de personas, a mediados del siglo XX surgió en Francia el modelo de “democratización cultural”. Este modelo se implantó de forma descendente, es decir, ofreciendo la cultura como un bien de consumo, desde la elección de uno al consumo de muchos, y definiéndola en un sentido jerárquico, referido a los exponentes culturales de la humanidad seleccionados por criterios hegemónicos, representativos de la identidad nacional o de la excelencia. Debemos reconocer que hay un peligro latente en esta forma de hacer cultura: que cuando no escucha, no incluye; que clasifica y jerarquiza las manifestaciones culturales en estratos (de lo erudito a lo popular) y desvaloriza las obras y las personas que las practican según el estatus de su erudición.
En cambio, cuando hablamos de democracia cultural nos referimos a un modelo en el que la elección y el proceso se realizan con quienes protagonizan los bienes culturales: quienes los crean, los producen y los disfrutan. Este modelo introduce una forma de relación entre instituciones y comunidades que desplaza el foco del consumo al compromiso; rechazando fórmulas que estandarizan; promoviendo un proceso en el que hay participación colectiva, con representación y reciprocidad.
El rol de los museos
En esta transición, ¡el rol de los museos es decisivo! No se produce de golpe, es un proceso, “en ciernes”, que reconoce en primer lugar que las barreras simbólicas de acceso —aquellas que siguen siendo la razón fundamental de la autoexclusión o la exclusión cultural (por ejemplo, no sentir representación, sentir que no se pertenece, sentirse menos o vulnerable, con inhibición de participar)— son las que habrá que eliminar para que se inicie un acercamiento. Como ya he dicho, se trata de un proceso que lleva tiempo porque presupone un cambio en las instituciones y en las personas que les dan “cuerpo”.
Capacitar a los equipos, cambiar los marcos políticos de financiamiento y de gestión, adaptar los modelos de gobernanza, modificar las formas de comunicar, cambiar los espacios y las formas de acogida, seleccionar a los equipos, revisar el lenguaje y la propia misión son algunos de los pasos de este proceso que comienza con la siguiente pregunta:
¿Por qué hacemos lo que hacemos y con quién queremos hacerlo?
Como promotores de la democracia y la ciudadanía cultural, los museos tienen un impacto político que les exige abrirse al exterior, sin pretender ser neutrales. Vinculándose y activando relaciones en el espacio público con las comunidades a las que sirven, decidiendo y programando con ellas, atendiendo sus necesidades y apoyándolas.
En este sentido, los museos no pueden ser lugares de opresión de una clase o grupo sobre otros. No pueden optar por transmitir nociones hegemónicas de identidad e historia. Por el contrario, deben ser espacios para las historias, la inclusión y el cuestionamiento, la diversidad y la educación, desarrollando en la práctica la democracia cultural.
IV. ¿Qué pueden hacer la educación y la mediación en los museos?
En la democracia cultural, la educación y la mediación son factores estructurantes porque son ámbitos que movilizan códigos y prácticas que enseñan, desmitifican y generan vínculos. En este sentido, se entiende que la mediación en los museos requiere la creación de vínculos que permitan establecer relaciones de confianza entre las partes. Para lograrlo, los museos deben conocer bien a sus públicos e invertir en estudios periódicos de audiencia para adaptar sus estrategias en función de lo que se les exige. Sobre todo, si quieren que los visitantes sean protagonistas comprometidos, en lugar de consumidores pasivos.
Los museos tienen sus propias pedagogías, basadas en metodologías activas e inmersivas, que resultan tanto más memorables cuanto más humanas e interpersonales son. Ante esta exigencia, y reconociendo que los espacios culturales son territorios educativos con un potencial único para producir sentido y crear memoria, los museos deben:
- Reforzar las asociaciones intersectoriales y la cooperación institucional en los sectores de la cultura y la educación.
- Apostar por la diversificación de las prácticas y los espacios educativos.
- Invertir en la formación continua de técnicos, agentes/mediadores culturales y educativos.
- Crear grupos consultivos que integren y representen las voces de las comunidades.
- Colaborar con jóvenes para que participen en las decisiones y acciones, facilitando así a los museos el contacto con los lenguajes emergentes, la creatividad y lo lúdico.
El museo es un lugar para la educación no formal. Esta es su prerrogativa de pertinencia. Por ello, la educación en los museos puede y debe ser motivadora, inusitada, crítica y confrontacional: ¡una pedagogía del asombro!
La educación y la mediación son las áreas que están impulsando la transformación de los museos en “ex-tituciones” culturales, es decir, instituciones que salen de sí mismas, que sitúan a las personas en el centro de su acción y desplazan el protagonismo que durante décadas se ha dado a los objetos, situándolo en las personas visitantes. En este sentido, la educación y la mediación en los museos pueden hacer mucho: ¡muestran que el museo somos las personas que lo visitamos!
V. El Premio Ibermuseos de Educación como faro
Algunos museos-extituciones son ya una realidad. El Premio Ibermuseos de Educación los celebra, dedicándose a todos aquellos que amplían sus experiencias atreviéndose a convocar lo nuevo, abriendo espacios “en blanco” o incompletos para que “otros” puedan intervenirlos.
Este Premio, en sus 12 ediciones a la fecha, ha acompañado a quienes conviven con las incertidumbres del presente y no temen revelar vulnerabilidades, afirmando que es mejor emprender y equivocarse que permanecer ajeno al “riesgo” de ser relevante para la sociedad. Es con este compromiso de atención que la organización continúa, actualizando sus exigencias con cada edición para que las prácticas premiadas puedan ser faros para todos quienes, por medio de ellas, puedan orientarse.
Esta iniciativa, que lleva 14 años en marcha, es un hito en la promoción de la ciudadanía, los derechos y la democracia cultural. Centrada en las personas y las ex-tituciones: para y con ellas, enuncia la cultura como un bien global y subraya que es mediante la educación en los museos como este principio se celebra cada día.
¹ La Carta de Porto Santo es un documento estructurador de la política cultural europea. Su objetivo es orientar las decisiones de los Estados europeos en los ámbitos de la cultura y la educación. La Carta se presentó en la Conferencia de Porto Santo los días 27 y 28 de abril de 2021. Este documento propone un marco que define principios, políticas, discursos y prácticas con el objetivo de implementar y desarrollar un nuevo modelo de política cultural que fortalezca la democracia: la democracia cultural. La Carta está dirigida a los responsables políticos europeos, a las organizaciones culturales y educativas y a la ciudadanía, y propone 38 recomendaciones. Puede obtenerse más información en: https://portosantocharter.eu/. Puede accederse a la Carta en: https://portosantocharter.eu/the-charter/
Sara Barriga Brighenti,
Comisionada adjunta Plan Nacional de las Artes
Portugal
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